Un tres de junio de dos mil trece, el año de las muertes de Mandela y Chávez, y también el año en que aquel pedrolo enorme cayó en los Urales, mi yo de veintidós años mandaba un correo tímido y esperanzado a la editorial Saco de huesos. Para entonces ya había publicado alguna cosilla en el buque insignia de la editorial, la revista Calabazas en el trastero. Es más, recientemente el jurado secreto de la convocatoria de relatos había rechazado mi historia A Yolanda no le asusta el cementerio, lo cual es ley de vida y se toma uno con toda deportividad. Tras preguntarle por correo cómo había quedado mi relato (porque es una práctica masoquista muy frecuente entre los participantes del Calabazas), Juan Ángel Laguna Edroso, editor de Saco de huesos, me confesó que el relato había sido descartado porque a uno de los jueces no le encajaba en la temática, que era en este caso supersticiones, y aquí de nuevo toda deportividad, porque también es ley de vida. Pero cuando el editor dice que el relato le ha gustado mucho y que él lo habría incluido, y que en general gustó entre el jurado, ahí ya la deportividad se le vuelve a uno de plastilina y las leyes de la vida son unos decretazos de sinvergüenza en funciones, y apetece sacar la guillotina, y, y... y nada, se incluye el relato en esa antología que estaba uno pergeñando. Y pensando en unas cosas y en otras, se envuelven todos esos relatos en una historia pequeña pero a la vez más grande, que permita hablar de estas cosas, o sugerirlas, o exorcizarlas. Y se escribe un correo tímido y esperanzado, un tres de junio de dos mil trece, que diga: «Te escribo porque he terminado de revisar aquella antología de la que te hablé con motivo del relato A Yolanda no le asusta el cementerio, que finalmente he transformado en una novela antológica, y me gustaría enviárosla a Saco de Huesos».
Las cosas de palacio van despacio.
Mucho.
Y ya se sabe: las de editorial, más.
Pero más vale tarde que nunca y dos años después, poco antes de Penumbra, recibo el sí, y uno más tarde, coincidiendo con Espantabrujas, aquí está. Con su pedazo de portada, obra de Marifé Castejón, y con ilustraciones en el interior. Con su maquetación, sus páginas, su negro sobre blanco... todo lo que tenía que ser. Es un libro especial para mí, porque es la expresión de una etapa, de aquella escritura febril de relatos para cada convocatoria de Calabazas; de las tertulias en los foros de OcioZero, de las que surgieron tantas amistades; también del intercambio casi epistolar en estas islas solitarias que son los blogs (intecambio que espero retomar) y en definitiva marca el ecuador del primer lustro que he dedicado a lo que voy a llamar, casi teniendo que pedir perdón por pasarme, carrera de escritor. No es una carrera que pague el alquiler, y en ella no se corre contra otros, si no contra el tiempo y a veces en todas direcciones... pero sea cual sea el recorrido, carrera es, al fin y al cabo.
Por hoy no más brasa. Os dejo con la contraportada y la ficha técnica:
Las cosas de palacio van despacio.
Mucho.
Y ya se sabe: las de editorial, más.
Pero más vale tarde que nunca y dos años después, poco antes de Penumbra, recibo el sí, y uno más tarde, coincidiendo con Espantabrujas, aquí está. Con su pedazo de portada, obra de Marifé Castejón, y con ilustraciones en el interior. Con su maquetación, sus páginas, su negro sobre blanco... todo lo que tenía que ser. Es un libro especial para mí, porque es la expresión de una etapa, de aquella escritura febril de relatos para cada convocatoria de Calabazas; de las tertulias en los foros de OcioZero, de las que surgieron tantas amistades; también del intercambio casi epistolar en estas islas solitarias que son los blogs (intecambio que espero retomar) y en definitiva marca el ecuador del primer lustro que he dedicado a lo que voy a llamar, casi teniendo que pedir perdón por pasarme, carrera de escritor. No es una carrera que pague el alquiler, y en ella no se corre contra otros, si no contra el tiempo y a veces en todas direcciones... pero sea cual sea el recorrido, carrera es, al fin y al cabo.
Por hoy no más brasa. Os dejo con la contraportada y la ficha técnica:
El temor ante la muerte es uno de los más extendidos, uno de los temas centrales de la literatura de terror desde su propio nacimiento. Después de todo, es la sublimación del miedo a lo desconocido, del horror cósmico que nos señala, implacable y frío, nuestro lugar en la existencia. Quizás por ello, muchas veces, en la narrativa de género, la muerte queda relegada a un símbolo, una metáfora, un recordatorio estético que se conforma con mantenerse en el cuadro como un leve resquemor, una inquietud de fondo suficiente para alimentar el desasosiego. No así en este libro.
A través de trece relatos encadenados, Pedro Moscatel rinde un homenaje al género de terror sin perder de vista las raíces del mismo. Historias de aparecidos, escalofriantes relatos realistas, ciencia ficción distópica, epidemias de no-muertos, costumbrismo lúgubre, juegos metaliterarios y narraciones pulp se dan cita en una obra que es más que una mera antología. En sus páginas nos confrontamos a la cuestión definitiva, a la verdad última.
Quién tiene miedo a morir.
Porque aunque a veces los editores tendamos a mirar hacia otro lado, incluso los lectores a apartar la vista, hay libros que están hechos para ser leídos. Aunque estremezcan. Aunque duela. Aunque no nos dejen dormir. Porque al final del camino solo queda espacio para su brutal honestidad, para la verdad que encierran y que son capaces de plantear con total franqueza.
Páginas: 182
Precio: 14€
Editorial: Saco de huesos
Dónde comprar:
Pues nada, enhorabuena.
ResponderEliminarSe te echaba de menos por aquí.
Muchas gracias, Salci. Yo también echaba de menos la blogosfera, a ver si consigo retomarlo.
EliminarEnhorabuena de nuevo :-)
ResponderEliminarVeo que la «velocidad» editorial es igual para todos XDDD Va a resultar que la cualidad más necesaria en un escritor es la paciencia :-)
Así que primero fueron los relatos (algunos, al menos) y luego el marco general, ¿no? Pero algo tendrían que ver de partida, supongo, los relatos que pensabas incluir. Porque si no, no imagino cómo se logra una historia que los aglutine. No sé, me intriga.
Y me suena mucho eso de un relato que a uno mismo le resulta especial y que no puede dejar atrás :-) Aunque el resto aparentemente no entienda tu arte XD
Hay un tema recurrente que se repite como el motivo de una sinfonía y es la muerte. Yo fui el primer sorprendido al darme cuenta, pero de una manera u otra estaba en todos los relatos. Se aborda el miedo que provoca la muerte y cómo lo enfrentan tanto los que se van, como los que nos quedamos.
EliminarAdemás el marco general acentúa esto porque en otro nivel superior aborda el miedo a la intrascendencia que sentimos los escritores (todos unos ególatras insufribles): ¿qué queda de nosotros cuando ya no estamos? ¿Es la creación artística un legado a posteriori que dejamos influidos por el instinto de conservación? Y, en ese caso, ¿qué pasará con nuestras historias?
¿No es un miedo universal el de diluirse por completo? Toda obra, desde las pirámides hasta las teorías científicas son intentos de legar algo a la posteridad, algo que nos permita no morir del todo. En nuestro caso concreto, ¿crees que todo escritor busca obras perdurables? A menudo pienso (sirve para todos los campos) que lo que está demasiado de moda está destinado a ser flor de un día. Las cosas que permanecen, las que se convierten en clásicos que se revisitan una y otra vez, creo que son las que contienen elementos esenciales. Partículas absolutas de la psique humana. Lo demás, los estilos rompedores, las metáforas brillantes, ocurrentes... Si no contienen algo de fondo apenas resisten una o dos generaciones.
ResponderEliminarNo, creo que no todo escritor busca obras perdurables, ni siquiera a un nivel subconsciente; creo que algunos solo exorcizan demonios, se autopsicoanalizan o se entretienen sin más con un ocio creativo. Y las tres me parecen buenas opciones, ojo. Pienso que el escritor de obras que postulan a perdurables también es el que quiere que le lean, el que no concibe escribir para él mismo porque cree que una historia no está contada hasta que no se le ha contado a alguien.
EliminarOpino como tú que las obras que permanecen son las que tienen un fondo y elementos esenciales, además de distinguibles. Por otro lado, creo que la fama es compatible con esto, y aun necesaria. Dickens, Shakespeare o Cervantes se pueden considerar escritores de masas, populares durante su tiempo, aunque después hayan ido ganando polvo, respetabilidad y academicismo. Otros escritores, muy posiblemente con más fondo y buen hacer (difícil juzgarlo), quizá habrán influido menos en la historia de la literatura occidental y serán mucho menos estudiados o leídos, si no directamente olvidados.
Me gustaría proponerte un «business» :-) ¿Qué te parecería un Duelo de Reseñas? Relato a relato. Yo diseccionaría en mi blog «Quién tiene miedo a morir» y tú en el tuyo «Entremundos». Y cada uno enlazaría la réplica, por así decirlo. Como el tuyo tiene un relato más, yo tendría que hacer en alguna ocasión doblete de reseña, para que cuadrara todo.
ResponderEliminarObtendríamos una reseña, y la posibilidad de contestar o dar alguna explicación sobre aspectos significativos del libro que al otro le gusten, o no le gusten, o le choquen...
¿Qué me dices?
Me parece genial. Solo me preocupa con qué periodicidad podré cumplir. Pero así releo Entremundos y lo reseño, que en su momento me quedé con las ganas. De momento tengo tu libro en otra ciudad, pero dentro de unas semanas arrancamos :)
EliminarGenial. Yo todavía tengo que pedirlo XD
ResponderEliminarYa me darás el pistoletazo de salida :-)
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