Texto de contraportada (Grupo AJEC):
El rayo verde es un peculiar fenómeno óptico que se produce cuando la luz de sol saliente o poniente se refracta en las capas inferiores de la atmósfera Nunca ha sido fotografiado un destello de pura luz esmeralda cuando sale disparado hacia el cielo desde el lugar preciso en que se ha hundido el sol. Algún día la ciencia será capaz de explicarnos con todo lujo de detalles cómo se produce este milagro, y su explicación no le restará un ápice de majestuosidad ni de misterio, porque las respuestas de la Ciencia tan sólo abren nuevos y fascinantes interrogantes.
Mientras tanto, podemos especular a ésa y otras explicaciones; explorar el abanico de posibilidades —y peligros— que se despliega a nuestros pies: ingeniería genética, nanotecnología, universos cuánticos, exobiología... Podemos anticipar con impaciencia las maravillas que nos aguardan y sobrecogernos por futuros que tal vez no lleguen a materializarse.
En esta antología de relatos de Sergio Mars disfrutaremos de relatos que exploran todas esas posibilidades, e incluso algunas más; se incluye además la novela corta “Cuarenta Siglos Os Contemplan”, mención especial en el Premio UPC 2006.
Se abre el telón y aparece una antología de ciencia ficción. Dura. A
unos cuantos locos nos brillan los ojos de anticipación, y el resto murmuran entre sí. Algunos creen que la ciencia ficción es algo así como la mala space opera de los cincuenta, algo como Barbarella. Una sucesión de disparates ridículos en el espacio, en lugar de lo que de verdad es: especulación. Otros, que eso de «dura» no promete nada bueno. Que habrá explicaciones científicas, y que por lo tanto el libro será tedioso. Porque una importante parte de la gente cree que la ciencia es aburrida. Porque podemos escuchar explicaciones complejas sobre armamento en una novela negra, sobre arquitectura en una novela histórica o sobre la roturación de los algodonales de Louisiana en una novela romántica, pero utilizar la palabra fotón en una novela con viajes hiperlumínicos, ¡ay! eso, amigos, ya es pasarse.
Mismo telón de antes. Misma antología de ciencia ficción. Dura. De entre bastidores sale el autor, y tiene el atrevimiento de ser español. A los cuatro locos a los que nos brillaban los ojos nos cambia la cara. Vaya decepción... Porque claro, si de entre los siete mil quinientos millones de trogloditas con corbata que hay en el mundo, solo un puñado han sabido sentarse y escribir una historia decente de ciencia ficción dura, ¿qué me hace pensar que uno de ellos va a ser mangoneado por el mismo gobierno que yo? Y no es solo que la proporción resto del mundo / Jabugolandia vaya a setecientos cincuenta contra cuatro; es que además tenemos precedentes. Unos precedentes de mierda. Que sí, que gustos hay para todo, pero aquí todos hemos sufrido por igual el guión de Farmacia de guardia y tantas otras, todos hemos vivido el boom de internet y hemos podido comparar a Antonio Resines y su escobilla de váter con los aspavientos de James Gandolfini. Y que nadie se extrañe cuando entre los Serrano y los Soprano, no es que elijamos a los de fuera: elegimos a los buenos. Pero de nuevo, ahí está el quid: nosotros hemos podido comparar. De unas pocas décadas a esta parte hemos tenido más y más oportunidades de descubrir lo terrible y nefasta que ha sido la cultura generalista española gracias al gallego tapón y a todo lo que dejó atado y bien atado. Hemos abierto para todos un torrente cultural que antes era un riachuelo del que bebía una minoría. Y aprovechando que el Támesis pasa por Pisuerga, que llueven rosquillas del cielo y que cada vez más canis leen Juego de tronos (una de estas afirmaciones es cierta, aunque pocos habríamos acertado cuál hace unos años) ya va siendo hora de que estas generaciones que han aprendido y aprehendido la cultura internacional y una nueva y pujante cultura propia pergeñen sus propias historias (esto ya se hacía) y (esto otro no) sean escuchados como merecen.
Por suerte cada vez es menos necesario andar por ahí partiendo lanzas. Pero es que esto es ciencia ficción. Dura. De un español. Así que ahí va, para uno de los (pocos) casos meritorios que he encontrado: [inserte aquí el sonido del patético intento frustrado de partir un listón de madera].
Rayos, navegación y sense of wonder
El título de este libro me hace pensar en mis lecturas de niñez, en cómo devoraba todos los libros de Julio Verne que se cruzaban en mi camino. El rayo verde no era precisamente uno de los más divertidos, al menos no cuando tienes ocho años; y sin embargo el recuerdo viene con un relente de nostalgia. Se me ocurre que tal vez a algunos lectores se les haya hecho denso El rayo verde en el ocaso, de Mars, como a mí se me hizo denso en su día El rayo verde de Verne. Y aunque me los imagino recibiendo de mala gana los tecnicismos o los párrafos de descripción, también creo que habrán podido extraer el sentido de la maravilla, el vértigo controlado de la anticipación racional y la catarsis de lo natural de la obra de Sergio del mismo modo que mi yo de ocho años se las apañó para extraer de aquel otro libro la pasión por la aventura y el descubrimiento, ese anhelo del humanista a la carrera tras el conocimiento universal.
Por suerte, creo que esta gente a la que el libro que nos ocupa le resultará denso es minoría. Como en toda buena novela de cifi hard, la ciencia acompaña y da rigor, pero no es la protagonista. Está al servicio de la historia, y no al revés. Así la especulación de las historias de Sergio adquiere unos matices ricos y polifacéticos, como debe ser la prospectiva desde que vivimos la new wave de los 70. La ciencia nos da rigor, la racionalización de lo imposible nos da el sentido de la maravilla, y la especulación humana nos da un punto de vista, o casi mucho mejor, una invitación a reflexionar sobre el estado presente y el devenir del sistema económico, del corporativismo, la publicidad, la exploración... del lugar que ocupan en el gran organigrama de las cosas la conciencia colectiva y la individual, la sociedad y la civilización.
Así somos los amantes de la ciencia ficción, nos gustan las cosas sencillas.
Así que los que dudéis de esto mismo, de la calidad de autores de este género en castellano, os aconsejo que os hagáis con ella (a los que no dudéis no os tengo que convencer, ¿no?). Hace unos años que se publicó en la desaparecida AJEC pero sigue por ahí. Además, y a pesar del rechazo educado que me siguen causando estas cosas, el autor ha autoeditado recientemente la novela corta con que cierra la antología y que no tiene ningún desperdicio: una de las mejores obras del libro.
Ya lo sabía por los pocos relatos suyos que había podido leer en publicaciones como Calabazas, pero me alegra confirmarlo y en el terreno que a mí me gusta: definitivamente un autor de ciencia ficción (y mucho más) al que seguir.
Por suerte, creo que esta gente a la que el libro que nos ocupa le resultará denso es minoría. Como en toda buena novela de cifi hard, la ciencia acompaña y da rigor, pero no es la protagonista. Está al servicio de la historia, y no al revés. Así la especulación de las historias de Sergio adquiere unos matices ricos y polifacéticos, como debe ser la prospectiva desde que vivimos la new wave de los 70. La ciencia nos da rigor, la racionalización de lo imposible nos da el sentido de la maravilla, y la especulación humana nos da un punto de vista, o casi mucho mejor, una invitación a reflexionar sobre el estado presente y el devenir del sistema económico, del corporativismo, la publicidad, la exploración... del lugar que ocupan en el gran organigrama de las cosas la conciencia colectiva y la individual, la sociedad y la civilización.
Así somos los amantes de la ciencia ficción, nos gustan las cosas sencillas.
Una antología de ideas
A pesar de la falta de corrección del texto (pequeño tirón de orejas al autor, grandísimo tirón a la extinta editorial) hay dos grandes razones para leer esta antología. Primera: cada una de estas historias ha nacido a raíz de una idea. Esto, que puede sonar baladí, no es tan frecuente como podría parecer e implica que ninguna de estas historias será un paseo del punto A al punto B, una distracción plana y sin contenido. Al contrario, da la sensación de que el autor se ha sentado a teclear con algo que contar, algo que aportar. Y eso se nota. Segunda: el nivel de calidad de las historias alcanza el estándar internacional. Esto no debería ser sorprendente ni digno de mención, pero seguro que todavía lo es para muchos, igual que lo era hasta hace poco para mí.Así que los que dudéis de esto mismo, de la calidad de autores de este género en castellano, os aconsejo que os hagáis con ella (a los que no dudéis no os tengo que convencer, ¿no?). Hace unos años que se publicó en la desaparecida AJEC pero sigue por ahí. Además, y a pesar del rechazo educado que me siguen causando estas cosas, el autor ha autoeditado recientemente la novela corta con que cierra la antología y que no tiene ningún desperdicio: una de las mejores obras del libro.
Ya lo sabía por los pocos relatos suyos que había podido leer en publicaciones como Calabazas, pero me alegra confirmarlo y en el terreno que a mí me gusta: definitivamente un autor de ciencia ficción (y mucho más) al que seguir.
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