En el mundo desértico y siempre peligroso de Tayyll, sus habitantes luchan por sobrevivir a los elementos y a sus propios demonios.
Descubre en estas páginas los secretos que se ocultan en la ciudad de Ohmp, o el poder y la responsabilidad que arrastran los magos de las montañas.
Las historias se entremezclan en Hijos de Tayyll, creando un rico tapiz que nos permite introducirnos en este fascinante escenario.
Una pequeña introducción: Yo y la fantasía épica
Hace años que apenas leo fantasía épica. Hala, ya lo he dicho. Leí a Tolkien, una gran parte de la Dragonlance, novelas de los Reinos olvidados, y bueno, casi cualquier cosa que encontraba con elfos y dragones, porque eso es lo que se hace cuando tienes diez o once años y descubres algo tan inimitable como la Tierra Media: buscar imitaciones. Pero pasada la adolescencia dejé de leer este tipo de novelas, salvo algún título de vez en cuando, y la mayoría fuera de lo típico. Tal vez me cansé de revisitar una y otra vez mundos tan similares, de revivir el mismo viaje heróico plagado de los mismos clichés, de soportar sagas de miles y miles de páginas de incontinencia pseudo medieval. Y por eso de un tiempo a esta parte me he refugiado en la ciencia ficción, el terror o el fantástico más amplio (estoy pensando en libros como American Gods, de Neil Gaiman, La historia interminable de Michael Ende o cualquiera de la saga del Mundodisco de Terry Pratchett).
Soy consciente de que, como siempre que se rechaza algo en base a una opinión incompleta, me equivoco al no seguir buscando ese tipo de fantasía que me reconcilie con el género. Me encantan las obras de ciencia ficción de Ursula K. Le Guin, por ejemplo, y tengo casi la certeza de que me gustaría su saga de Terramar. Por otro lado, decepciones como Canción de hielo y fuego, que sí, es una saga estupendamente escrita, pero para mi gusto innecesariamente alargada, hacen que jugársela con un nuevo título de épica no me resulte fácil.
Otra pequeña introducción: Los relatos de Raelana Dsagan
Una vez establecido mi disgusto por las dragonadas más arquetípicas, resulta difícil creer que me lanzase a comprar un libro de fantasía épica con magos y dragones, como el que nos ocupa. Pero es que la cosa tiene truco. Porque yo ya sabía cómo escribe Raelana (Carmen del Pino), y esa garantía puede serlo todo. Porque he leído sus relatos, a menudo profundos, alguna vez cienciaficticios, y nunca me han disgustado.
Creo que Raelana ha publicado ya siete u ocho relatos en Calabazas en el trastero, y a lo largo de todos esos números (incluso hemos coincidido en un par) he podido ir conociendo su forma de escribir. Hasta me he descubierto impaciente por leer su relato de entre los trece por saber, como me pasase con otros calabaceros (Santi Eximeno, Manuel Mije, Ignacio Cid o Miguel Puente) que su historia iba a gustarme sí o sí.
Supongo que aquí hay un componente subjetivo, por encima de la calidad del relato, que es el que hace que sus cuentos funcionen para mí. Puede no ser extrapolable para todos, pero a mí me ganan la solidez de sus personajes y su afición a la introspección, sus tramas profundas y a menudo transmisoras de mensaje.Y no soy el único que opina así, creo. Podéis ir a la ficha de su libro en la web de Pedro Escudero Ediciones para leer muchos de sus logros.
Pero con todo, pensaréis, una dragonada es una dragonada, ¿no? ¿Consiguió Raelana, a pesar de gustarme cómo escribe, hacerme disfrutar con este libro de un género que yo ya tenía más que aparcado? Aquello eran relatos, y esto es una novela y su primer libro publicado en solitario. ¿Ha conseguido Raelana dar bien el salto?
Hijos de Tayyll
Venga, os doy la respuesta corta: sí a las dos. ¿Demasiado corta? Bueno, antes de solucionarlo y ahondar más en el argumento y los pros y contras del libro dejadme que os hable del aspecto formal: Hijos de Tayyll abarca poco más de cien páginas, lo que la convierte en una novela corta (de unas ¿veinte, veinticinco mil palabras?). Este formato permite recrearse en una historia que, aunque corta, resulta ser profunda e inmersiva sin que por ello sobre nada. Además, está estructurada de un modo que, al principio, me hizo pensar en un fix-up, es decir, en una novela compuesta a base de historias independientes escritas anteriormente. Pero aunque no lo descarto, creo que más bien nos encontramos ante un inteligente juego con el hilo temporal de la trama, una historia en que las distintas líneas narrativas vienen a unirse con maestría y para la cuál no se me habría ocurrido un orden mejor en que presentar los hechos.
La narración comienza en las montañas, con el encuentro entre Grustak —un guerrero del mar de sal— y una joven hechicera ciega de la que ni siquiera sabremos el nombre, por el momento. Grustak ha venido en busca de un hechicero que ayude a su tribu, un deseo compartido por todas las gentes que malviven en las arenas del desierto. Pues los hechiceros, que podrían ayudarles con su magia basada en la consciencia del cuerpo y la abstracción de la mente, siempre viajan a servir a los habitantes de la ciudad de Ohmp. Allí hay otro tipo de magos, unos pocos elegidos que desprecian sus envolturas corpóreas y cultivan una magia muy distinta a la de las montañas mediante la que dominan los secretos de la mente.
El modo en que esta premisa (una de las muchas que articulan Tayyll) se nos presenta poco a poco, en pinceladas de información estratégicamente diseminadas a lo largo de la lectura, convierte un planteamiento a priori convencional en una propuesta original y que mantiene la sensación de maravilla hasta las últimas páginas.
Es esto mismo, el modo en que la información se presenta subrepticiamente, y siempre dejando que el lector rellene algunos de los huecos, lo que evidencia a la autora como una admiradora de los hitos del género de espadas y dragones, sí, pero también como una hábil manejante de los recursos narrativos propios de la ciencia ficción. Y es que en esta historia con dragones que no son los típicos dragones y hechiceros que siguen siendo humanos, también hay espacio para la especulación. Así, el mundo de Tayyll no siempre fue un erial desértico, y podemos preguntarnos cómo llegó a ser lo que es. Tampoco las sociedades que lo pueblan fueron siempre así, y esta interrelación ecosistémica que tanto recuerda al Dune de Frank Herbert compone un trasfondo poderoso y evocador, requisito ineludible en esta fantasía a la que a lo mejor cabría llamar la de arquitectura de mundos, en la que los escritores toman el papel de dioses en su particular Génesis.
Las similitudes con la obra de Herbert no terminan en lo ambiental, por cierto. Desde el aspecto profético hasta las más evidentes (el pueblo del desierto y la restitución de su bienestar, las criaturas de las arenas, ese gran cambio o desastre sugerido en el pasado...) son reminiscencias, sin embargo, que en ningún momento empañan la obra ni le restan originalidad. Las pequeñas criaturas colmenarias de color azul brillante, por ejemplo, que conviven en simbiosis con los hombres del desierto y les proveen de agua mientras que se alimentan de su carne y viven en comunión psíquica, son lo mejor que un servidor ha visto en mascotas simbióticas desde que Lucas se inventó esa tontería de los midiclodianos.
Pero siempre digo que no me gusta desvelar mucho de las tramas, y creo que con este libro —especialmente este, que es corto— me estoy pasando.
Así que antes del alegato final paso a lo más temido: los defectos. Debo decir que en la narración hay cierta fluctuación del sujeto y del tiempo verbal narrativo, que al menos a mí me resultan incómodas. Aunque por lo general no puede decirse que estas discordancias sean del todo incorrectas, la verdad es que afean algunas frases y dificultan la lectura en varias ocasiones. A veces perdemos de vista quién dice o hace qué y a quién, o pasamos —sin que venga justificado por el contexto— de un «dijo» a un «dice», o de asistir a los pensamientos de un personaje a los de otro, cuando sin embargo se nos hace pensar que el narrador, aunque en tercera persona, no es omnisciente. Creo que esta es una de las últimas cosas que le quedan por pulir a la autora para que la lectura sea redonda, obviando en lo que toca al corrector una o dos faltas —de esas que siempre terminan escapándose y que mucha gente ni siquiera verá, por lo que carecen de más importancia.
Así que nos queda un libro corto pero muy bien llenado. ¿Por qué comprarlo? Pues porque es toda una confirmación para los que decimos que también puede haber fantasía breve y de calidad, porque la autora es —signifique lo que signifique eso— de aquí, porque cuesta diez eurillos y vosotros no sé, pero yo eso lo tengo muy en cuenta; porque está entramado como para sentarse y tomar nota, porque los personajes se dejan querer y porque está plagado de detalles originales. Porque desde la distancia recuerda a Le Guin y a Herbert, es fantasía pero (aunque mesiánica) tal vez no es épica, y bebe sin complejos de la mejor ciencia ficción social y humanista.
En fin, porque me ha demostrado que haydragonadas historias de fantasía con magia y dragones ahí fuera capaces de hacerme disfrutar.
La narración comienza en las montañas, con el encuentro entre Grustak —un guerrero del mar de sal— y una joven hechicera ciega de la que ni siquiera sabremos el nombre, por el momento. Grustak ha venido en busca de un hechicero que ayude a su tribu, un deseo compartido por todas las gentes que malviven en las arenas del desierto. Pues los hechiceros, que podrían ayudarles con su magia basada en la consciencia del cuerpo y la abstracción de la mente, siempre viajan a servir a los habitantes de la ciudad de Ohmp. Allí hay otro tipo de magos, unos pocos elegidos que desprecian sus envolturas corpóreas y cultivan una magia muy distinta a la de las montañas mediante la que dominan los secretos de la mente.
El modo en que esta premisa (una de las muchas que articulan Tayyll) se nos presenta poco a poco, en pinceladas de información estratégicamente diseminadas a lo largo de la lectura, convierte un planteamiento a priori convencional en una propuesta original y que mantiene la sensación de maravilla hasta las últimas páginas.
Es esto mismo, el modo en que la información se presenta subrepticiamente, y siempre dejando que el lector rellene algunos de los huecos, lo que evidencia a la autora como una admiradora de los hitos del género de espadas y dragones, sí, pero también como una hábil manejante de los recursos narrativos propios de la ciencia ficción. Y es que en esta historia con dragones que no son los típicos dragones y hechiceros que siguen siendo humanos, también hay espacio para la especulación. Así, el mundo de Tayyll no siempre fue un erial desértico, y podemos preguntarnos cómo llegó a ser lo que es. Tampoco las sociedades que lo pueblan fueron siempre así, y esta interrelación ecosistémica que tanto recuerda al Dune de Frank Herbert compone un trasfondo poderoso y evocador, requisito ineludible en esta fantasía a la que a lo mejor cabría llamar la de arquitectura de mundos, en la que los escritores toman el papel de dioses en su particular Génesis.
Las similitudes con la obra de Herbert no terminan en lo ambiental, por cierto. Desde el aspecto profético hasta las más evidentes (el pueblo del desierto y la restitución de su bienestar, las criaturas de las arenas, ese gran cambio o desastre sugerido en el pasado...) son reminiscencias, sin embargo, que en ningún momento empañan la obra ni le restan originalidad. Las pequeñas criaturas colmenarias de color azul brillante, por ejemplo, que conviven en simbiosis con los hombres del desierto y les proveen de agua mientras que se alimentan de su carne y viven en comunión psíquica, son lo mejor que un servidor ha visto en mascotas simbióticas desde que Lucas se inventó esa tontería de los midiclodianos.
Pero siempre digo que no me gusta desvelar mucho de las tramas, y creo que con este libro —especialmente este, que es corto— me estoy pasando.
Así que antes del alegato final paso a lo más temido: los defectos. Debo decir que en la narración hay cierta fluctuación del sujeto y del tiempo verbal narrativo, que al menos a mí me resultan incómodas. Aunque por lo general no puede decirse que estas discordancias sean del todo incorrectas, la verdad es que afean algunas frases y dificultan la lectura en varias ocasiones. A veces perdemos de vista quién dice o hace qué y a quién, o pasamos —sin que venga justificado por el contexto— de un «dijo» a un «dice», o de asistir a los pensamientos de un personaje a los de otro, cuando sin embargo se nos hace pensar que el narrador, aunque en tercera persona, no es omnisciente. Creo que esta es una de las últimas cosas que le quedan por pulir a la autora para que la lectura sea redonda, obviando en lo que toca al corrector una o dos faltas —de esas que siempre terminan escapándose y que mucha gente ni siquiera verá, por lo que carecen de más importancia.
Así que nos queda un libro corto pero muy bien llenado. ¿Por qué comprarlo? Pues porque es toda una confirmación para los que decimos que también puede haber fantasía breve y de calidad, porque la autora es —signifique lo que signifique eso— de aquí, porque cuesta diez eurillos y vosotros no sé, pero yo eso lo tengo muy en cuenta; porque está entramado como para sentarse y tomar nota, porque los personajes se dejan querer y porque está plagado de detalles originales. Porque desde la distancia recuerda a Le Guin y a Herbert, es fantasía pero (aunque mesiánica) tal vez no es épica, y bebe sin complejos de la mejor ciencia ficción social y humanista.
En fin, porque me ha demostrado que hay
Has esquivado bien los spoilers en una reseña extralonga —qué palabra más fea acabo de escribir—, buen trabajo. La novela parece interesante, y las semejanzas con «Dune» incrementan su encanto. Tal vez un día me anime a leerla.
ResponderEliminarSobre eso de la fantasía... prueba con «La canción de Albion»; seguro que no te decepciona. De Salvatore siempre me ha gustado mucho «La sombra carmesí», más incluso que las historias de su famoso elfo oscuro. «Añoranzas y pesares», de Tad Williams, está entretenidillo.
Si te gustó «La historia interminable», no tengas miedo de leer «Momo», que esconde una fuerte crítica social. Y las novelas de Moorcock son de lo mejor.
Genial Momo, pero del resto me temo que no he leído ninguno. A pesar de todo la fantasía épica sigue sin atraerme como lo hacía antes, pero si me lanzo (o mejor dicho, cuando lo haga) creo que me iré de cabeza a por Moorcock y Le Guin.
Eliminar¿Geralt de Rivia? El primer libro es de relatos, para probar...
ResponderEliminarPues es una opción bastante sólida. Dicen que rompe con muchos tópicos, así que pongo a Sapkowski el tercero de la lista. Hay mucha ciencia ficción y terror que quiero leer antes, pero nunca se sabe.
EliminarGracias por la recomendación ;).