La blogosfera está llena de artículos prácticamente idénticos en los que los escritores explicamos por qué nos gusta escribir. Por qué le dedicamos a ello las más de nuestras horas. Por qué trabajamos tanto por algo que en la inmensa mayoría de casos no nos dará bastante ni para pagar el consumo eléctrico de nuestro portátil. Y las respuestas tienden a ser las mismas.
Nadie dice que lo haga por el dinero, claro, y no porque no haya escritores avariciosos, ni porque falten escritores sinceros, sino por la simple razón de que esta, como ya hemos establecido más arriba, no es la mejor carrera profesional si queremos mantener lujos como la manutención básica o un alquiler.
No, en realidad las razones por las que escribimos suelen ser variaciones elaboradas de un mismo tema: "porque sí", "porque me da la gana", "porque disfruto con ello", "porque me hace sentir una persona mejor y más completa", "porque me obsesiona", "porque no se me ocurriría no hacerlo". Hasta aquí genial, pero hay una pregunta que no se ve tanto (por razones obvias), y que me parece mucho más interesante que el típico "¿Por qué escribo?". Esta pregunta es la que titula esta entrada, claro.
Y bueno, ¿por qué escribo esa literatura y no otra?
Pues porque —sin que sea nada malo, ni mucho menos— yo no escribo literatura costumbrista. No escribo literatura romántica. No escribo sobre la guerra civil. No escribo thrillers de espías. Hay personas en mis historias (personas con sufijo: personajes). Tienen sus propias rutinas a veces, son personas que se enamoran, que se matan entre sí, que se acuestan con ardor o con un sentido práctico del sexo, que traicionan sus ideales, mueren por una causa o que carecen por igual de esta y de aquellos. Pero salvo contadas excepciones (
sirva un ejemplo), siempre tengo la sensación de estar escribiendo un relato fantástico. Fantástico (no puedo aguantarme, lo siento) no por lo bueno (ba-dum-pss), no, sino por lo fantaseoso.
Porque cuando me siento a escribir una historia hago un ejercicio de imaginación, de libertad de pensamiento si se quiere quedar bien o de desbarre incontrolado si nos queremos acercar más a la verdad. Esa libertad, como todas, empieza en una reescritura o al menos una reinterpretación de las reglas del juego. En este mundo nuestro o en otro creado para la ocasión, no importa, puede que algo sea diferente a lo que espera el lector y hasta uno mismo por ajustes como la fecha (vayamos al siglo veintidós y echemos un vistazo), la realidad o no de algunas creencias místicas (supongamos, por un momento, que esa pesadilla podría ocurrir, que ocurre, ahora mismo) o (pero eso se lo dejamos a Tolkien, que servidor hasta la fecha no cultiva esa fantasía) la existencia de un pasado remoto en que la magia era real. Y por un momento casi creeremos que lo era, y que una palabra olvidada podía abrir las puertas de Khazad Dûm.
Hace poco
planteaban en su blog Manuel Mije, er Caniho y Dr Perring (toma trinidad. Eso sí, esta tiene una explicación mucho más sencilla que esa otra que enseñan en catequesis), que sí, que las ovejas merinas son, mayormente, ovejas merinas, y las churras son, por lo general, tirando a churras, y entre pastores podemos hablar de unas y otras... pero que la mayoría de la gente cuando va al campo solo tiene una noción dispersa de que ese bicho blandito y apestoso se convierte en chuletas, queso y jerseys. Así que, al menos para algunas cosas —dice Manuel—, quizá va siendo hora de arrancarnos la etiqueta, de dejarnos de minucias y tirar
p'alante bajo esa única bandera que de verdad nos engloba a todos: literatura de género.
Pero aunque tiene más razon que un santo (y aun encima nos lo dice con los Jethro Tull de fondo, toma grupazo), al final uno no puede evitar volver amargamente a lo mismo. Literatura de género... pero joder, ¿de qué genero?
Dejad que lo ilustre con una parábola que me acabo de inventar:
Parábola del colega negro:
—Oye, ayer vi a ese amigo tuyo.
—¿A cuál?
—A ese, hombre.
—No tengo ni idea, suéltalo ya.
—¡Al de color!
—¿Al de qué color? Porque la mayoría son entre blanco lechoso y rosa tirando a marrón clarito, un colega mío es lo que se suele llamar negro y hay otro que cuando le da el sol se pone naranja zanahoria. Yo estoy algo amarillento, pero es que llevo una semana que no me siento muy católico...
Que sí, que yo como el que más digo "literatura de género" a sabiendas de que el otro me va a entender (jamás digo "de color", eso sí). Pero eso no quita para que suene fatal, leches. Porque ese "género" es un apócope de "género fantástico", esas siglas liosas e impronunciables a las tantas: efecefeté, fantasía, ciencia ficción y terror, y sin embargo también son géneros la romántica, la negra, la bélica y la de espías, por decir unos cuantos.
¿Yo? Yo por el momento, aunque de vez en cuando escribo churra (terror) y muy a menudo merina (ciencia ficción), también escribo historias con ingredientes de ambas y de ese algo más que es la tercera pata del banco del género.
Pero me voy del tema, como de costumbre. La literatura de género (fantástico), esa tan molona que engloba desde zombis a hipernovas, de Conan a Cthulhu, de toda la historia del Imperio Galáctico y las Fundaciones a Pennywise, el payaso de It —y por cierto, en todo esto ya hay aliciente más que de sobras para convertirse en escritor del fantástico, ¿no?—, la literatura de género, digo, es la de la imaginación, la maravilla y la fantasía. Sí, porque en el terror hay maravilla también, ¿acaso hace falta explicarlo, o basta con citar al maestro de Providence?
Por la vertiginosa perspectiva de un tiempo medido en eras geológicas, a la que me arrojó en su día
La sombra fuera del tiempo (incomprensiblemente traducida en el pasado como
En la noche de los tiempos). Por esa catarsis que todavía no olvido, y esa sensación tras leer por primera vez el final de
2001: Odisea en el espacio. Por,
como decía el otro día Igor en su blog, esa trilogía tan desmejorada por sus imitadores, que, en palabras de Igor, "me [nos] transporta. Me lleva
despierto al mundo de los sueños, sin los cuales seríamos poco más que
marsupiales".
Por eso escribo literatura de género.