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martes, 27 de agosto de 2013

Las estrellas, mi destino, de Alfred Bester





Texto de contraportada (Gigamesh):

En el siglo XXV, cuando las técnicas de teletransporte han cambiado de forma radical la sociedad, un hombre impulsado por pasiones incontenibles emprende una carrera desesperada por cambiarse. Gully Foyle fue abandonado a su suerte y logró sobrevivir milagrosamente a una situación desesperada: desde entonces acumula riquezas y poder con un único objetivo: la venganza.

Las estrellas, mi destino es uno de los textos de referencia de la ciencia ficción, una novela de cabecera perenne desde su publicación original en 1956. Un libro explosivo, rebosante de ideas e inevitablemente seductor al que se vuelve, una y otra vez, con placer renovado.


Tengo muchas cosas que decir acerca de Las estrellas, mi destino, publicado anteriormente como Tigre, tigre, y sin embargo voy a tener cuidado de decir cuantas menos, mejor. Esto se debe a que un par de personas, los mismos que me recomendaron la novela varios años atrás (y les estoy muy agradecido por ello), no pudieron evitar la tentación de contarme la trama y fastidiarme en parte la novela (y les deseo todo lo peor por ello). Menos mal que ha pasado un tiempo desde entonces hasta que he podido encontrar y leer por fin el libro, y que mi memoria para este tipo de cosas siempre ha sido bastante mala, porque así he podido disfrutar al completo de la obra de Bester. Sí, me quejo de vicio... pero es que este es un texto que hay que leer sabiendo poco. Muy poco. Cuanto menos mejor... pero no por eso dejéis de leer mi reseña, ¿eh?

El planteamiento de la trama es básicamente el que habéis leído en la contraportada, y parte de la siguiente premisa: en algún punto del futuro (cinco siglos desde el punto de vista de Bester, lo que le da bastante margen de especulación), el ser humano desarrolla la habilidad de teletransportarse o jauntear, verbo que honra al investigador, apellidado Jaunte, que realiza este fenómeno por primera vez en un medio controlado.

En este ambiente en el que cualquiera con la habilidad suficiente puede presentarse en la cámara acorazada de un banco suizo, escapar de los muros de una cárcel o irrumpir en, qué se yo, la ducha de Scarlett Johanson, no hace falta decir que la sociedad sufre una transformación total que abarca desde la política espacial a el protocolo más básico, pasando por el comercio, el transporte o, por qué no, el puritanismo.

Hasta aquí el contexto inicial. 

La trama en sí nos presenta al protagonista, Gully Foyle, un hombre que nunca ha destacado en nada y cuya máxima es la ley del mínimo esfuerzo. Gully es el único superviviente del naufragio espacial de la nave Nómada, y comienza a perder la cordura en la fría soledad del espacio, escatimando el poco aire respirable y la comida enlatada que quedan a bordo. Es entonces cuando una nave, la Vorga, pasa muy cerca de la Nómada. ¡Foyle está salvado! Lanza sus bengalas, se deja ver por la Vorga... y esta pasa de largo, condenándole a una muerte segura en el espacio.

Todos los desquiciados restos de mente consciente que le quedan a Gully Foyle se centran en un único objetivo: venganza. Destruir la Vorga, destruír al capitán de la Vorga, hacer que quien sea que dio esa orden pase por el mismo horror que ha tenido que pasar él.

Las aventuras y desventuras de esa venganza forman un relato trepidante, rápido, crudo y repleto de buenas ideas, algunas de ellas buenísimas. Se plantean cuestiones filosóficas y humanas, pero también especulación a muy distintos niveles, y Alfred Bester alardea de un hondo conocimiento de la psicología humana: solo así se explica que goce de un cinismo tan inteligente, que le permite reclutar un elenco de personajes en el que no hay buenos ni malos, héroes ni villanos. Solo hay personas enfrentadas a sus distintas situaciones.

Y el final... qué decir del final. Nada, supongo, salvo que tenéis que leerlo. 

miércoles, 21 de agosto de 2013

Nano-relato animado: Anochece


La noche cayó...

...al horizonte de abajo.

lunes, 19 de agosto de 2013

Síndrome postvacacional

Pues sí, vuelvo con esta entrada después de un inmerecido descanso (inmerecido, sí, porque de todos modos tampoco es que actualice tan a menudo) y vuelvo con ganas renovadas. Una especie de síndrome post-vacacional, pero a la inversa. Tenía ganas de recuperar la dinámica de entradas en el blog, tras un par de meses de mucha, muchísima escritura y también de algunas copichuelas en las fiestas del pueblo, que agosto es lo que tiene.

Hace mucho que no hablo acerca de mis proyectos, y la verdad es que hay algo de esto. Una novela corta y dos novelas antológicas esperan apadrinamiento editorial, mientras continúo trabajando en la gran novela de ciencia ficción que a poquitos ya me ha robado dos años y, cómo no, continúo escribiendo relatos, relatos, relatos. Algo voy publicando; hace un tiempo rehuía los concursos, sin conocerlos, pensando que no eran más que un pozo de intereses que poco tenía que ver con la literatura. Evidentemente no los entendía demasiado bien, porque hay pocas cosas que contribuyan más a la literatura que un certamen realizado con entusiasmo y de forma desinteresada, de los cuales por cierto hay muchos. Así que aunque sigo escogiendo con cuidado (hay bases de certámenes que son para enmarcarlas y echarte unas risas... y otras directamente para denunciar) me presento a convocatorias y certámenes con la tranquilidad de acertar siempre gracias a un asimoviano tricálogo que he desarrollado:

1ª regla de la robótica relatística: Un certamen tendrá siempre como premio mínimo la publicación en papel del relato, en un trato justo para el autor.

2ª regla: Un relatista deberá preferir certámenes que propicien prestigio y reconocimiento en su campo, siempre y cuando al hacer esto cumpla todavía con la primera regla o el prestigio del certamen facilite de facto la publicación en papel por otros medios.

3ª regla: Se deberá huír de un certamen con premio en metálico, siempre y cuando esta regla no entre en conflicto con las dos anteriores.

La tercera regla tiene su razón de ser en que algo de razón tuve al desconfiar de los concursos: no todo lo que reluce es oro. Aunque limitador, mi sistema me evita presentarme a concursos de ayuntamiento cuya única razón de ser es aparentar que se hace algo con la asignación presupuestaria de cultura y en los que el premio se adjudica ab datilem. No digo que esta sea la norma, pero pasa, y no quiero tener nada que ver con ello. Dicho esto, de todo hay; premios como el Alberto Magno de la UPV o el premio UPC de ciencia ficción, por ejemplo, están muy bien dotados económicamente, lo que incumple la tercera regla, pero cumple las dos primeras.

Y bueno, cambiando de tercio, también he leído mucho, muchísimo más de lo que suelo leer, hasta un punto en que apenas reposan las lecturas. Pero dejan poso, vaya que sí, así que os debo un puñado de reseñas escogidas. Las estrellas mi destino, La vieja guardia, El cementerio de barcos... me gustaría reseñar y recomendaros como mínimo estas tres novelas, las tres de las que se leen en un par de días pero en las que se piensa durante semanas.

El verano es un parón para muchos entes muchísimo más importantes que este pequeño blog, como son las editoriales, librerías, asociaciones y portales literarios. Hay dos caras de esta moneda: con el otoño se retoma la actividad, reaparecen las novedades y se acumulan las noticias, certámenes, presentaciones... así que crucemos los dedos y a ver qué trae el curso 2013-2014.