Texto de contraportada (Gigamesh):
En el siglo XXV, cuando las técnicas de teletransporte han cambiado de forma radical la sociedad, un hombre impulsado por pasiones incontenibles emprende una carrera desesperada por cambiarse. Gully Foyle fue abandonado a su suerte y logró sobrevivir milagrosamente a una situación desesperada: desde entonces acumula riquezas y poder con un único objetivo: la venganza.
Las estrellas, mi destino es uno de los textos de referencia de la ciencia ficción, una novela de cabecera perenne desde su publicación original en 1956. Un libro explosivo, rebosante de ideas e inevitablemente seductor al que se vuelve, una y otra vez, con placer renovado.
Tengo muchas cosas que decir acerca de Las estrellas, mi destino, publicado anteriormente como Tigre, tigre, y sin embargo voy a tener cuidado de decir cuantas menos, mejor. Esto se debe a que un par de personas, los mismos que me recomendaron la novela varios años atrás (y les estoy muy agradecido por ello), no pudieron evitar la tentación de contarme la trama y fastidiarme en parte la novela (y les deseo todo lo peor por ello). Menos mal que ha pasado un tiempo desde entonces hasta que he podido encontrar y leer por fin el libro, y que mi memoria para este tipo de cosas siempre ha sido bastante mala, porque así he podido disfrutar al completo de la obra de Bester. Sí, me quejo de vicio... pero es que este es un texto que hay que leer sabiendo poco. Muy poco. Cuanto menos mejor... pero no por eso dejéis de leer mi reseña, ¿eh?
El planteamiento de la trama es básicamente el que habéis leído en la contraportada, y parte de la siguiente premisa: en algún punto del futuro (cinco siglos desde el punto de vista de Bester, lo que le da bastante margen de especulación), el ser humano desarrolla la habilidad de teletransportarse o jauntear, verbo que honra al investigador, apellidado Jaunte, que realiza este fenómeno por primera vez en un medio controlado.
En este ambiente en el que cualquiera con la habilidad suficiente puede presentarse en la cámara acorazada de un banco suizo, escapar de los muros de una cárcel o irrumpir en, qué se yo, la ducha de Scarlett Johanson, no hace falta decir que la sociedad sufre una transformación total que abarca desde la política espacial a el protocolo más básico, pasando por el comercio, el transporte o, por qué no, el puritanismo.
Hasta aquí el contexto inicial.
La trama en sí nos presenta al protagonista, Gully Foyle, un hombre que nunca ha destacado en nada y cuya máxima es la ley del mínimo esfuerzo. Gully es el único superviviente del naufragio espacial de la nave Nómada, y comienza a perder la cordura en la fría soledad del espacio, escatimando el poco aire respirable y la comida enlatada que quedan a bordo. Es entonces cuando una nave, la Vorga, pasa muy cerca de la Nómada. ¡Foyle está salvado! Lanza sus bengalas, se deja ver por la Vorga... y esta pasa de largo, condenándole a una muerte segura en el espacio.
Todos los desquiciados restos de mente consciente que le quedan a Gully Foyle se centran en un único objetivo: venganza. Destruir la Vorga, destruír al capitán de la Vorga, hacer que quien sea que dio esa orden pase por el mismo horror que ha tenido que pasar él.
Las aventuras y desventuras de esa venganza forman un relato trepidante, rápido, crudo y repleto de buenas ideas, algunas de ellas buenísimas. Se plantean cuestiones filosóficas y humanas, pero también especulación a muy distintos niveles, y Alfred Bester alardea de un hondo conocimiento de la psicología humana: solo así se explica que goce de un cinismo tan inteligente, que le permite reclutar un elenco de personajes en el que no hay buenos ni malos, héroes ni villanos. Solo hay personas enfrentadas a sus distintas situaciones.
Y el final... qué decir del final. Nada, supongo, salvo que tenéis que leerlo.