Y saldréis del furgón, con vuestro armamento reluciente y a estrenar.
Y os esconderéis tras vuestras viseras.
Y
esconderéis vuestros números de placa.
Y os ordenarán cargar.
Dudaréis, os fallarán las piernas, os temblarán las manos.
¡
Corriendo coño, corriendo! ¡Cargad joder!
Y cuando el primero corra todos le seguiréis.
Esperaréis a que otro dé el primer golpe.
Primero sin fuerza, contra los viandantes desprevenidos, los que no os intimidan tanto entre ese mar de personas indignadas.
Y miraréis hacia la multitud que os espera, y sentiréis el terror que vuestros compañeros esconden, y las piernas os fallarán de nuevo.
¡Venga,
con cojones!
Y os lanzaréis contra ellos, en silencio.
Y habrá para todos, protestantes y
prensa, jóvenes y
mayores.
Y habrá quien os desafíe, habrá quien os mire a los ojos
con las manos extendidas y la indignación como arma.
Y pensaréis ¿me reconocerá?, porque sabéis que muchos
os odian lo suficiente como para mataros.
Y el asco el odio y la rabia se reflejarán en el plástico de vuestros cascos,
y la sangre manchará las porras y las aceras, el asfalto y los cuerpos.
Todo terminará.
E iréis a vuestras casas, con vuestras familias.
Y veréis la televisión, arroparéis a vuestros hijos, os acostaréis con vuestras mujeres y novias.
Y cerraréis los ojos.
¿Qué veréis?
Y dejaréis de ser humanos, y todos os maldecirán, yo os maldigo.
Y os haremos sentir la vergüenza y el asco hacia vosotros mismos que debisteis haber sentido
hace ya mucho tiempo.
Muchos lo olvidarán, dejarán de pensar en ello.
Pero el odio seguirá en nuestros corazones, al menos tanto tiempo como vuestras botas sigan en nuestras calles.
Y muchos os recordarán, y muchos escupirán al veros.
Y os veréis fuera de vuestro uniforme, en vuestras tascas, en el fútbol, en el colegio de vuestros hijos, y la gente sabrá lo que sois y veréis el asco en el fondo de sus miradas.
Y nunca tendréis la razón, la
fuerza.
Sois las debilidades del estado, y moriréis en la vergüenza.