"El murmullo del río era tranquilizador, casi soporífero. Junto al tenue y agradable calor del sol de mayo, la sensación era la de un tierno abrazo. La hierba estaba fresca y verde, y el ambiente en el parque a la vera del cauce olía a las miles de sustancias que pueblan el aire primaveral. La situación no podía ser más idílica.
Julia lloraba. No había tenido el valor para suicidarse."
Según lo previsto, y salvo cambios de última hora, todo indica que estos serán los dos primeros párrafos de El rebaño del lobo, si es que finalmente termina imprimiéndose.
Pero para entender la novela en sí, mejor será que explique qué me llevó a escribirla. Hace ya un tiempo (puede que un par de años), un buen amigo mío con mucha imaginación me hablaba de un sueño que había tenido, en el que él era el último superviviente de la ciudad tras un gran cataclismo nuclear. En su sueño, mi amigo sobrevivía entre las ruinas de la ciudad, luchando contra fuerzas invasoras con sus pocos recursos.
No dejaba de ser un peut-être, un quizá evidentemente alocado, pero reconozco que aquella noche, en aquellos momentos de reflexión que preceden al sueño, recordé aquella fantasía suya y no pude sino imaginarme en esa situación. ¿Qué ocurriría si un pequeño grupo de adolescentes fuesen los últimos supervivientes de su ciudad? ¿Qué comerían? ¿Dónde dormirían? ¿Asaltarían los comercios repentinamente desatendidos? ¿Sería para ellos el paraíso, un enorme patio de juegos, o la ciudad acabaría convirtiéndose en su cárcel?
Mi intento por responderme a mí mismo esas preguntas fue lo que poco a poco devino en mi primera novela: El rebaño del lobo.
En aquél momento, yo escribía una inocente ópera espacial (para quien no conozca el género, incluye básicamente aquellas historias de naves espaciales, planetas y rayos láser que se salen de los cánones de la ciencia ficción). La trama, repleta de retruécanos y subtramas, era visiblemente demasiado ambiciosa tratándose de mi primera novela. Por lo tanto adopté la costumbre de dedicarme a El rebaño del lobo cada vez que me sentía bloqueado escribiendo aquella larga y laberíntica novela que parecía no finalizar nunca (y que sigue inacabada).
No escribía con mucha constancia, ya que para mí escribir no dejaba de ser una afición. Durante muchos meses el manuscrito de ambas novelas cogía polvo en una carpeta, mientras intermitentemente me dedicaba no solo a esos sino a muchos otros proyectos, sin nunca terminar ninguno. Finalmente, tras muchísimo tiempo sin atender el manuscrito, volví a él, y en apenas dos meses terminé el primer borrador. Fue la primera vez que plasmé un FIN a una novela, y para quien no lo haya vivido diré que es una experiencia irrepetible. No obstante, como explicaré en otras entradas, esas tres letras no son ni mucho menos el final del trabajo.
Lo cuento de éste modo, porque por el momento no se me ocurre un modo mejor de explicar el argumento sin quizá desvelar demasiado.
Baste saber que un grupo de jóvenes sobrevive en soledad en una ciudad desierta y semi destruida, ciudad que a aquellos que me conozcan sin duda les resultará familiar. No sabemos por qué, y hasta aquí puedo leer.
Más información en entradas siguientes.
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