"Perdone por el calor, señor Álamo" |
Según entraba en la sala, con paso lento y calculado, la veía mirarle por encima de aquellas gafas tan serias, que dejaba ligeramente caídas hacia la punta de la nariz. El sudor recorría su rostro, y a pesar de tenerlo recogido en un apretado moño, algunos mechones de su cabello empezaban a soltarse sobre sus mejillas, apelmazados en su frente y ondulados junto a sus labios, donde el calor y la humedad de su aliento los había encrespado. Ya que lo preguntas, era morena.
-Perdone por el calor, señor Álamo, la calefacción lleva días averiada.- suspiró con su grave y suave voz, mientras se abanicaba distraídamente con su mano izquierda y aflojaba el cuello de su blusa de seda.- Por favor póngase cómodo- añadió señalando el diván.
-Si no le importa, prefiero la silla- “me gusta mirarle a los ojos”, quiso haber dicho Ulises, siguiéndole el juego. El muy iluso se creía un galán. Capullo…
-Como prefiera- contestó con falsa frialdad Lucía, evitando su mirada.- Cuénteme cómo le ha ido la semana. ¿Se ha vuelto a repetir?
Lucía se levantó lentamente para abrir la gran ventana que tenía a sus espaldas. Mientras la psicóloga daba bocanadas del revitalizante aire de lluvia y se soltaba el apretado moño, Ulises contempló sus fuertes muslos estilizados por las medias y la corta falda de traje gris. Cerca de sus caderas, se apreciaba la silueta del liguero.
-La verdad es que sí. Me ocurrió hace dos noches- contestó por fin mientras Lucía se giraba y rodeaba lentamente la mesa para sentarse frente a él. Un escalofrío recorrió la nuca de Ulises mientras las suaves piernas de Lucía se cruzaban a pocos palmos de su rostro, dejando sonar el leve roce de la tela.
-Cuénteme su sueño- susurró la joven. Ulises podía ver cómo su generoso pecho subía y bajaba rítmicamente bajo la suave seda que lo cubría, empapada en sudor.
-Estaba en una especie de estanque, sumergido casi entero en el agua. Se acercaba una joven. Parecía flotar más que andar, y llevaba los ojos vendados.
-¿De modo que ella no le vio a usted?
-No, pero debía de saber que estaba allí, porque se acercó a mí, se desnudó y se sentó al borde del estanque, como esta usted ahora, frente a mí- Ulises se dio cuenta de que Lucía había cerrado los ojos.
-¿Y qué ocurría a continuación?- susurró ella suavemente, mientras echaba su cabeza hacia atrás y separaba lentamente las piernas.
-Sin saber por qué, - susurró también Ulises, mientras acariciaba los ardientes muslos de Lucía, sus manos ascendiendo cada vez más y levantando su falda mientras ella se recostaba sobre el escritorio y atraía con sus manos el rostro de Ulises hacia sí – la agarraba de la cintura…- su boca estaba a sólo un paso de aquél húmedo y caliente trozo de tela - … y entonces…
-¿Y entonces?- casi gritó Lucía, mientras finalmente envolvía el cuello de Ulises con sus temblorosas piernas y se abandonaba al mórbido placer que éste le otorgaba.
“Ardíamos hasta la muerte” pensó Ulises, mientras su lengua horadaba."
En éste fragmento de un relato más largo, que escribí hace ya un buen tiempo, asistimos a la onírica ensoñación de un hombre enamorado de su joven psiquiatra. Ulises, en realidad se encuentra todavía en la sala de espera de Lucía, dejando volar su calenturienta imaginación.
El protagonista padece graves problemas psicológicos, por lo que pretendía dotar al relato de una gran introspección. Y, ¿qué mejor manera de adentrarnos en la mente de alguien que escarbar en sus más profundos deseos?
Esta deducción más o menos lógica, que en un primer momento parecía tener mucho sentido, me llevó irremisiblemente a escribir los citados párrafos, que adquirieron un tono... en fin, podéis verlo por vosotros mismos.
¿Pero a qué viene todo ésto?
Preparad el hielo y el agua fría, porque el post (off topic, con ésta ya van dos entradas sin hablar de El rebaño del lobo) viene calentito...
El sexo en la literatura
"Lo siento cariño, creo que vuelves a tener los pies fríos" |
Evidentemente, el romance no sólo lo encontramos en las novelas románticas. En casi cualquier relato de género, nuestro héroe (o villano), ya sea un corsario o un espía, una médico voluntaria en un lejano país en guerra o un periodista desentramando una complincada intriga empresarial, corre el grave peligro de enamorarse. Esto es así, por mucho que tratemos de evitarlo, para emoción del lector y complicación del escritor. Porque éstos personajes tan enamoradizos tienden a ponernos cuesta arriba las cosas, a enredar nuestras tramas hasta entonces perfectamente hiladas (o eso creíamos) y a dificultarnos en definitiva la ya de por sí complicada tarea de escribir.
Se admiten apuestas... |
De modo que, antes de que nos demos cuenta, éstos personajes que parecen haber tomado vida propia deciden parar en el puerto más cercano, o relajarse por un momento en tierra de nadie, o reservar una suit en el Ritz, o... en fin, lo que quiera que hagan los investigadores de la prensa económica cuando quedan prendados de una atractiva becaria.
Del frío...
Hay tantas formas de escribir sobre el tema como escritores. Tracy Hickman, co-escritor de la célebre saga de la Dragonlance (amén de mormón y miembro activo de su congregación) nos dice en uno de sus pies de página de la edición anotada de las Crónicas de la Dragonlance:
Tracy Hickman |
“Los detalles puntuales sobre quién pone qué mano en dónde, y si algo pulsa o late, no añaden nada a la historia ni nos dan un conocimiento más profundo de los personajes. Además, el sexo es una de esas cosas que lo pierde casi todo cuando se reduce a palabras en una página o a fotogramas en una pantalla. A mí, el sexo en un relato dámelo siempre en una buena escena de botas”
Con lo de “escena de botas”, alude a aquellas escenas en que vemos al hombre descalzarse sentado en el borde de la cama, antes de que un oportuno cambio de escena, vuelta de página o caída de telon mantengan el asunto dentro de la denominación de apto para todos los públicos.
Ésta actitud ante el sexo la hemos visto y leído a conciencia, debido tanto a la censura (directa o autoimpuesta) que ciertos medios exigen como simplemente al gusto personal del escritor. El último ejemplo de lo que yo juzgo “una buena escena de botas”, lo leí recientemente en la novela póstuma de Michael Crichton, Latitudes Piratas (gracias otra vez por el regalo chicos):
Michael Crichton |
"-Sois un canalla -espetó ella escupiendo agua-, sois un bastardo, un bribón, un malvado granuja y un maldito sinvergüenza.
-A vuestro servicio -dijo Hunter, y la besó.
Ella se apartó.
-Y un presuntuoso.
-Y un presuntuoso -aceptó él, y volvió a besarla.
-Supongo que ahora pretendéis forzarme como a una mujer cualquiera.
-Dudo -dijo Hunter quitándose la ropa mojada- que sea necesario.
Y no lo fue.
-¿A la luz del día? -se escandalizó ella, pero esas fueron sus últimas palabras inteligibles.
[Fin del capítulo]"
...pasando por aguas templadas...
Aldous Huxley |
A mitad de camino entre el descafeinado de sobre sin azúcar y el moka al estilo irlandés (con nata y barquillo), no puedo pasar por alto el genial uso del sexo en la novela Un mundo feliz de Aldous Huxley (uno de los grandes), donde se nos muestra una sociedad en que el tabú del sexo ha sido erradicado, hasta el punto de que en las mismas guarderías y colegios se alienta a los niños a practicar estos “juegos sexuales” como una actividad social más, quirúrgicamente separada del “repugnante” amor.
Si todavía no lo habéis hecho, no dejéis de leer esta genial novela.
...al calor.
Jean M. Auel |
Pero hay que reconocerlo: los pulsos y latidos citados por Tracy Hickman los encontramos a menudo (a veces para nuestra sorpresa) en cualquier género.
Un ejemplo (por escoger uno entre muchos) lo tenemos en la novela histórica: me refiero a la archileída saga Los hijos de la tierra, de Jean M. Auel, donde en algunos pasajes se nos pormenorizan ciertas facetas de las relaciones humanas del paleolítico de un modo que haría enrojecer al señor y a la señora Picapiedra.
No sé cuales serán los gustos personales del gran público, pero en mi humilde opinión cualquier descripción fálica o genital en general no debería sobrepasar jamás el párrafo de extensión.
Dicho queda.
Conclusión
La verdad es que yo he disfrutado tanto leyendo escenas directamente descriptivas como simplemente sugerentes.
En cuanto a escribir, supongo que también he escrito entre los dos extremos, aunque personalmente prefiero no abusar de la descripción si no hay un buen motivo para ello. ¿Cuales pueden ser los motivos que me induzcan a introducir éstos pasajes? Por ejemplo, dotar al texto de realismo (estaríamos condicionados por el tono general del texto), o a una escena en concreto de una pizca de crudeza adicional (siempre y cuando sirva para enriquecer a los personajes, no para aumentar la lívido del lector).
"Como se entere Asimov..." |
No veo las escenas de sexo en una novela como algo romántico, sino pura y llanamente físico. En mi opinión el romance entre dos personajes lo interiorizamos cuando lo advertimos en sus gestos, sus diálogos, pero desde luego no en sus habilidades o imaginación amatorias. Rosemary puede dejar caer su brazo todo lo lánguidamente que juzgue oportuno y en el ángulo que prefiera, pero eso no contribuye especialmente a convertirla en la Feliz y Amadísima Señora de [insertar apellido de galán descamisado de novela romántica victoriana].
¿Qué preferís leer? Y, dado el caso, ¿Qué os gusta escribir? ¿Escenas tórridas que chamusquen los bordes de las páginas, o insinuantes y elegantes escenas de botas?